Ayer nos fuimos a cenar a un restaurante asiático. Casi nunca tenemos tiempo de irnos solos, pero anoche preparé la sorpresa con Uros: vendría de improviso sobre las 18.30. En ese momento le contaría el plan a Mateja: cena en dabuda y película en el cine, si se presta, mientras el alto se queda guardando a la pequeña.
A Mateja esto de las sorpresas imprevistas, los cambios repentinos, es algo que le cuesta un poquito de buenas a primeras, además de sufrir los desperfectos de una organización tan alocada como la que yo suelo generar. Pero la cosa se andó bien y al final allí estábamos, cenando tan ricamente mientras Uros -según vimos después- dormitaba plácidamente echado en el sillón. No llegamos a ir al cine.
Y esta mañana Mateja se ha ido a trabajar a Barka, pues es su turno mensual para cocinar y ayudar un día del fin de semana.
Hace un sol espléndido, aunque mucho frío. A Klara María la tenemos encerrada en casa para impedir que la tos que llevaba consigo el viernes degenere en catarro semanal.
Hemos jugado un poco juntos, pintado otro poco y ahora ella está durmiendo. No sabría decir por qué está tan divertida o en donde reside su encanto, pero me río mucho con ella y me cuesta dejar de mirarla.
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