he traducido esta carta de george weigel, donde da cuenta, aún someramente, de las barbaridades de Küng. Según he leído en otros blogs, Weigel (carta original aquí) se equivoca al decir que Ratzinger participó en el concilio. Dicen por ahí que era tan solo experto teólogo, una especie de consultante, según me pareció entender.
Estimado Sr. Kung,
Hace un decenio y medio, uno de sus colegas -uno de los más jóvenes teólogos progresistas del Vaticano II- me contaba cómo os había amablemente dedicado una advertencia al comienzo de la segunda sesión del concilio. Éste distinguido estudioso de la biblia y promotor de la reconciliación entre judíos y cristianos recordaba que, en aquellos difíciles días, acostumbraba usted conducir por los alrededores de Roma un Mercedes rojo candente descapotable, al que su amigo suponía ser un fruto del éxito que había tenido su libro "El concilio: reforma y reunión"
Tales alardes con el coche alarmaron a su colega, pareciéndole un imprudente e innecesario auto-bombo, teniendo en cuenta que algunas de sus más arrojadas opiniones, así como su talento para lo que después sería conocido como frasecitas oportunas, estaban ya haciendo levantar las cejas y las furias en la Curia romana. Por ello, así es como a mí me contaron la historia, su amigo un día le llamó aparte y le dijo a usted, utilizando un término francés que ambos entendisteis: "hans, te estás convirtiendo en demasiado evident"
Siendo el hombre que él sólo inventó un nuevo tipo de personalidad mediática mundial -el de teólogo disidente como estrella internacional- doy por supuesto que el aviso de su amigo no le alteró demasiado. En 1963 ya estaba usted decidido a crear un singular y personal camino, y ya conocía lo suficiente de los medios para saber que una prensa obsesionada con historias del tipo man-bites-dog (un hombre muerde a un perro) de un sacerdote-teólogo disidente le daría a usted un megáfono con el que expresar sus puntos de vista. Imagino que se encontraría decepcionado con el difunto Juan Pablo II quien, para desmantelar este escenario, anuló su mandato eclesiástico para enseñar como profesor de teología católica; como consecuencia, ásperamente denigró usted la supuesta inferioridad intelectual de Karol Wojtyla, en un volumen de sus memorias que, hasta hace poco, representaba el nivel más bajo de una polémica carrera en la que usted ha llegado a ser demasiado evident como persona poco capaz de conceder inteligencia, decencia o buena voluntad a sus adversarios.
Y digo hasta hace poco porque su carta abierta del 16 de abril a los obispos del mundo, que primero he leído en el Irish Times, crea un nuevo modelo para esta forma de odio particular conocida como el odium theologicum y por una condena malvada a un antiguo amigo que, tras su ascensión al papado, fue generoso con usted, al mismo tiempo que le animaba en algunos aspectos de su trabajo actual.
Antes de pasar al ataque contra la integridad del Papa Benedicto XVI permítame, sin embargo, observar que su artículo pone en penosa evidencia la falta de atención con la que ha seguido usted las cuestiones sobre las que se pronuncia con aire de infalible seguridad y que habría hecho enrojecer las mejillas de Pío IX.
Parece usted alegremente indiferente al caos doctrinal que afecta a una gran parte del protestantismo europeo y norteamericano, lo cual ha generado unas circunstancias en las que un serio diálogo ecuménico y teológico está gravemente amenazado.
Toma usted como cosa segura los ataques más rabiosos contra Pío XII, claramente ignorante de que recientes investigaciones han desplazado el acento hacia el coraje que Pío XII tuvo en la defensa de los judíos europeos (sin que eso afecte a lo que uno pueda pensar sobre su ejercicio de la prudencia)
Tergiversa usted los efectos del discurso del 2006 de Benedicto XVI en Ratisbona, que desestima como caricatura del Islam. De hecho, el Discurso de Ratisbona reenfocó el diálogo Católico-islámico en dos de los temás en los que esta conversación necesita urgentemente engranarse: libertad religiosa como fundamental derecho humano que puede ser conocido por la razón, y la separación de las autoridades política y religiosa en los estados del siglo XXI.
No parece usted comprender lo que realmente puede frenar el VIH/SIDA en África, y alude usted al manido mito de la superpoblación en un momento en que las tasas de fertilidad están cayendo por todo el globo y Europa está entrando en un invierno demográfico creado a propia conciencia.
Parece que usted olvida la prueba científica subyacente en la defensa de la Iglesia al estatus moral del embrión humano, al mismo tiempo que la acusa, falsamente, de oponerse a la investigación con las células madre.
¿Cómo puede usted desconocer estas cosas? Obviamente, usted es un hombre inteligente; en una ocasión hizo un innovador trabajo en teología ecuménica. ¿Qué le ha pasado?
Tal vez lo que ha pasado es que usted se ha perdido la discusión sobre el correcto sentido y hermenéutica del Concilio Vaticano II. Así se explica por qué continúa usted, sin descanso desde hace 50 años, su cruzada hacia un catolicismo liberal protestante, justamente en el momento en el que el proyecto liberal protestante está en pleno colapso por su incoherencia teológica inherente. Y es por eso por lo que se ha metido usted en una campaña viciosa de difamación contra un antiguo colega del Vaticano II, Joseph Ratzinger. Antes de entrar en este tema, permítame continuar, brevemente, con lo de la hermenéutica del concilio.
Bien que usted no sea el exponente teológicamente más logrado de lo que Benedicto XVI denominó la hermenéutica de ruptura en sus navidades del 2005 dirigiéndose a la Curia romana, es usted, sin lugar a dudas, el miembro internacionalmente más visible de un envejecido grupo que continua insistiendo en que el período 1962-1965 marca una etapa decisiva en la historia de la Iglesia Católica: el momento de un nuevo comienzo, en el que la Tradición sería destronada del lugar que había tomado como primera fuente de la reflexión teológica, para ser reemplazada por un Cristianismo que incesantemente deja al "mundo" preparar la agenda de la Iglesia (utilizando el moto que el concilio mundial de las Iglesias utilizó)
La lucha entre esta interpretación del concilio y la defendida por los padres conciliares como Ratzinger y Henri de Lubac dividieron el mundo teológico católico post-conciliar en dos facciones en discordia con dos revistas enfrentadas: Concilium¸ para usted y sus colegas progresistas, Communio para aquellos que usted continuaba a denominar como reaccionarios. Que el proyecto defendido por Concilium haya llegado a ser cada vez más improbable a lo largo del tiempo y que la joven generación de teólogos, especialmente en Norteamérica, gravitara hacia la órbita del Communio no ha debido de ser una experiencia agradable para usted.Y que el proyecto Communio haya orientado de forma decisiva los debates del Sínodo extraordinario de obispos de 1985, convocado por Juan Pablo II para celebrar los logros del Vaticano II y evaluar su completa puesta en obra en el vigésimo aniversario, debe de haber sido otro golpe.
Sin embargo, me aventuro a suponer que el hierro entró realmente en su alma cuando, el 22 de Diciembre del 2005, el recién elegido Papa Benedicto XVI –el hombre al que en una ocasión apoyó para conseguir la plaza de la facultad teológica de Tübingen- se dirigió a la Curia Romana y sugirió que la discusión se había terminado y que “la hermenéutica conciliar de la reforma”, que suponía la continuidad con la Gran Tradición de la Iglesia, había prevalecido sobre la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”.
Tal vez, mientras bebía usted una cerveza junto a Benedicto XVI en Castel Gandolfo en el verano del 2005, imaginó que, de alguna forma, Ratzinger había cambiado de opinión en una cuestión tan importante. Obviamente, no lo había hecho. Me deja perplejo que pudiera usted siquiera imaginar que él podía aceptar su punto de vista sobre lo que supondría “un renovamiento continuo de la Iglesia”. Pero su análisis de la situación católica contemporánea llega a ser poco más plausible cuando se lee, más adelante en su reciente artículo de opinión, que los últimos papas han sido autócratas en relación a los obispos; de nuevo, uno se pregunta si ha prestado usted suficiente atención. Pues parece de por sí evidente que Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI han sido dolorosamente reticentes –algunos dirían que desafortunadamente reticentes- para disciplinar a obispos que se han mostrado incompetentes y dañinos y que, debido a ello, han perdido su capacidad para enseñar y liderar: una situación que muchos de nosotros esperamos que cambie, y que cambie pronto, a la luz de las últimas polémicas.
De alguna manera, por supuesto, ninguna de sus quejas sobre la vida católica post-conciliar es nueva. Sin embargo, para alguien que en verdad se preocupa por el futuro de la Iglesia Católica como testigo de la verdad de Dios para la salvación del mundo, insistir en el discurso con el que nos urge parece ser cada vez más contradictorio: que un Catolicismo creíble habrá de surcar el mismo camino ya pisado en recientes décadas por distintas sectas protestas y que, conscientes o no de ello, han seguido una u otra versión de sus consejos para adoptar una hermenéutica de ruptura con la Gran Tradición Cristiana. De todas formas, esa es la idea fija que ha adoptado usted desde la época en la que uno de sus colegas se preocupaba de que se estuviera usted convirtiendo en demasiado evident; y como ese ser evident le ha mantenido, al menos en las páginas de opinión de los periódicos que comparten su lectura de la tradición Católica, supongo que es mucho suponer que vaya usted a cambiar, o siquiera modificar, sus puntos de vista, incluso si hasta las más nimias evidencias empíricas de las que se dispone sugieren que el camino que usted propone es el del olvido para las iglesias.
Lo que sí podría esperarse, sin embargo, es que usted se comportara con un mínimo de integridad y decencia elemental en las controversias en las que se mete. Entiendo tan bien como cualquiera el odium theologicum, pero, con total franqueza, debo decirle que en su último artículo ha cruzado usted una línea que no debía de haber cruzado al escribir lo siguiente:
No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005)
Esto, señor, no es verdad. Me niego a creer que usted sabía que esto era falso y que, aún así, lo escribió, porque eso supondría que se ha usted condenado conscientemente como un mentiroso. Pero al asumir que usted no sabía que esta frase estaba tejida de mentiras, aparece usted como un ignorante tan manifiesto sobre cómo son asignadas las competencias en los casos de abuso sexual en la Curia Romana, antes de que Ratzinger tomara el control del proceso y lo pusiera bajo la competencia del CDF en el 2001, que pierde usted toda posibilidad de ser tomado en serio sobre este o sobre cualquier otro asunto que concierna a la Curia romana y al gobierno central de la Iglesia Católica.
Tal vez usted no lo sepa, pero he sido un vigoroso crítico, y espero que responsable, de la forma en que los casos de abuso sexual eran (mal)llevados por los obispos individuales y por las autoridades de la Curia antes de finales de los noventa, cuando el entonces Cardenal Ratzinger comenzó a luchar por un cambio mayor en el tratamiento de los casos (si está usted interesado, consulte mi libro del 2002, El coraje de ser católico. Crisis, reforma y futuro de la Iglesia)
Por ello, hablo con cierto conocimiento de causa, desde el que me apoyo cuando digo que la descripción que hace usted sobre el papel de Ratzinger, tal y como está más arriba citado, no solo es ridícula para cualquiera familiarizado con esta historia, sino que está desmentido por la experiencia de los obispos americanos que, sistemáticamente, han encontrado en Ratzinger a alguien cuidadoso, dispuesto a ayudar y profundamente preocupado por la corrupción del sacerdocio debida a una pequeña minoría de abusadores, al mismo tiempo que afligido por la incompetencia o mala conducta de obispos que tomaron las promesas de la psicoterapia mucho más en serio de lo que ésta merecía, o carecieron del coraje moral necesario para enfrentarse a lo que tenía que ser enfrentado.
Reconozco que los autores no escriben los epígrafes, en ocasiones horrorosos, que son colocados en la sección de opinión. Aún así, firmó usted una pieza tan ácida –de por sí indigna de un antiguo sacerdote, de un intelectual o de un caballero- que permitió a los editores del Irish Times resumir así su artículo: el Papa Benedicto ha empeorado la situación en todo lo que no marcha en la Iglesia Católica, y él es directamente responsable de haber organizado a nivel mundial el ocultamiento de las violaciones a menores cometidas por los sacerdotes, según esta carta abierta a todos los obispos Católicos”. Esta grotesca falsificación de la verdad tal vez pueda demostrar hasta dónde puede el odium theologicum conducir a una persona. Pero eso no la hace menos vergonzosa.
Permítame sugerirle que le debe usted una disculpa al Papa Benedicto XVI por lo que –hablando objetivamente- es una calumnia que ruego haya sido cometida en parte por ignorancia (si no por la ignorancia culpable). Le aseguro que estoy a favor de una profunda reforma de la Curia Romana y del episcopado, y de tales proyectos doy cuenta con más detalle en God’s Choice: Pope Benedict XVI and the Future of the Catholic Church, libro del que me placería enviarle una copia en alemán. Pero no puede haber una auténtica reforma en la Iglesia si no se pasa antes por el escarpado y estrecho valle de la verdad. La verdad ha sido masacrada en su artículo del Irish Times. Eso significa que ha hecho usted retroceder la causa de la reforma.
Con la garantía de mis oraciones,
George Weigel
Fantástico, Tomy!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo