Anoche me asaltó el pensamiento: ojalá
los antiabortistas nos equivoquemos. Ojalá que el aborto no sea más
que un derecho bien ganado por la mujer. Y los locos somos los que
pensamos que una vida humana, por pequeña que sea, ha de ser
respetada y...
Ojalá me equivoque.
Porque si no podría pensar que el
derecho al que claman esas mujeres es el mismo con el que los
ilustrados sureños norteamericanos decían “esto es mío y hago
con él lo que quiero”, mientras azotaban a un esclavo. Un esclavo
negro.
O violaban a una mujer. Negra.
O separaban a las familias para que no
crearan vínculos entre sí. De raza negra.
No, ojalá me equivoque.
Que si no podría pensar que ese derecho es como el de Hitler y
tantos contagiados por su sueño, que ellos también se creían dueños de un
derecho legítimo, aquel de conquistar a otros pueblos y de
deshacerse de la raza maldita, la judía. Porque no podían vivir
juntos. Los judíos solo merecían morir. Judíos.
Una parte de mí quiere equivocarse
cuando pienso en el aborto. Si no, sería espantoso.
Recuerdo algo que, sin vivirlo, me
emociona: prácticamente toda la población femenina en edad fértil (o no muy lejana a ella, por arriba y por abajo) fue violada por los soldados del ejército rojo en su camino hacia
Berlín. Porque esos soldados lo habían pasado mal, porque los
alemanes antes habían arrasado con Rusia, habían matado a tantos...
El ejército rojo estaba en su derecho. Ningún otro combatiente
perdió tantas vidas en la guerra. Era su derecho, derecho de
venganza, derecho para liberar sus miedos, derecho para anteponer el
equilibrio mental al bien y al mal. Los soldados estaban en el
frente, habían sufrido lo indecible.
Las mujeres alemanas solo podían
servir para una cosa. Mujeres.
Yo seré un fanático, un tonto que
piensa que nadie puede/debe/debería quitarle la vida a un bebé. O a
un nonato o como quieran llamarlo. Ojalá tengan razón. Quiero ser
un fanático y un tonto. No quiero tener razón.
Feto, bebé-en-vientre, hombre-que-es-y-será. Negro, judío, mujer.
Feto, bebé-en-vientre, hombre-que-es-y-será. Negro, judío, mujer.
¿Y si la tuviera?
Entonces sería como aquellos soldados
holandeses que, en Srebrenica, miraron hacia otro lado mientras
asesinaban a todos los varones del pueblo. Hombres, jóvenes.
Niños.
Las mujeres y las niñas fueron
violadas. Sin que nadie las defendiera.
Ojalá, ojalá me equivoque. Y si no,
ya que no puedo cambiar las leyes de este tiempo, por lo menos que
pueda compartir en algo el dolor de cada uno de esos seres humanos. Y
así que no se vayan tan solos.
Porque algo de su soledad queda
conmigo. Y eso me hace un loco.
Y un bendito.