lunes, 17 de mayo de 2010

Lo que Ratzinger pensaba sobre el celibato


Creo que, aunque el texto sea largo, vale la pena recordar lo que Ratzinger pensaba sobre el celibato, el sacerdocio y esas cosas. Es un extracto de "la sal de la tierra", una conversación con Peter Seewald. El texto electrónico está aquí

EL CELIBATO

Bien. Nada hay que enfade más a la gente, que la vieja cuestión sobre el celibato. Aunque sólo afecte a una mínima fracción de la Iglesia ¿por qué existe el celibato?

Va muy unido a unas palabras de Cristo. Hay algunos, -dice-, que renuncian al matrimonio por el Reino de los Cielos y ofrecen toda su existencia en testimonio del Reino de los Cielos. La iglesia llegó muy pronto a la convicción de que ser sacerdote significaba dar testimonio de ese Reino de los Cielos. En el Antiguo Testamento, el sacerdote tenía una situación paralela, aunque de otra naturaleza, que sirve de objetiva analogía. Israel se instala en el país. Las once tribus recibieron su propia tierra, su territorio. Sólo la tribu de Leví, la tribu de los sacerdotes, no recibió ninguna tierra, no recibió ninguna herencia; su herencia era sólo Dios. Esto significaba, en la práctica, que sus miembros tenían que vivir de las ofrendas del culto, y no de la explotación de las tierras como las otras tribus. Su característica fundamental es que no tenían ninguna propiedad. En el Salmo 16 se dice: « Tú eres mi copa, y la porción de mi herencia. Tú eres quien garantiza mi suerte». Dios es mi heredad. Esta figura del Antiguo Testamento que deja a la tribu de los sacerdotes sin territorio y que, podría decirse, sólo vive de Dios, y, por tanto, sólo referida a Dios, se tradujo más adelante como unas palabras de Jesús que venían a decir que, en la vida del sacerdote, su tierra es Dios.

Actualmente nos resulta difícil entender el carácter de esta renuncia, porque la proporción de matrimonios y de hijos ha sufrido un gran cambio. Morir sin descendencia, era considerado antiguamente como vivir inútilmente, «he trazado las huellas de mi vida, pero no he dejado mi rastro; de haber tenidos hijos, habría sobrevivido en ellos, hubiera quedado mi inmortalidad reflejada en mi descendencia». Por eso, era casi condición de vida permanecer en el mundo de los vivos, dejando descendencia.

La renuncia al matrimonio y a una familia habría que contemplarla bajo este punto de vista, «renuncio a algo normal e importante para los demás, renuncio a traer nuevas vidas al árbol de la vida, para vivir con la confianza de que sólo Dios es mi heredad, y contribuir así a que los demás crean en la existencia del Reino de los Cielos», «Así, no sólo con palabras, sino con mi propia existencia, daré testimonio de Jesucristo y de su Evangelio, entregaré mi vida para que Dios disponga de ella».

El celibato, por tanto, tiene doble sentido, uno cristológico y otro apostólico. No se trata de ahorrar tiempo -Como no soy padre de familia, dispongo de más tiempo-, aunque sea verdad, eso sería una visión demasiado primitiva y pragmática. De lo que se trata es de una existencia humana, que lo deja todo por Dios, y esto, exactamente, quiere decir que entrega lo que a los demás les parece normal y condición de vida, un aliciente para la existencia humana.

Por otra parte, no es un dogma. ¿Se trata acaso de una deliberación actualizada cada día: de elegir una forma de vida de celibato o no~celibato?

En efecto, no es un dogma. Es una costumbre de vida que, desde muy temprano, se fue formando en el interior de la iglesia por muy buenas razones bíblicas. Recientes investigaciones han desmostrado que el celibato se remonta a tiempos muy remotos -como hemos sabido por las fuentes del derecho- hasta el siglo II. En la Iglesia oriental, el celibato también estuvo muy extendido desde tiempos muy lejanos donde nosotros no podemos llegar. En Oriente hubo un cambio en este aspecto en el siglo VII. No obstante, tanto antes como después de ese siglo, los monjes de Oriente siempre han considerado muy importante el celibato tanto para los sacerdotes comunes como para su jerarquía.

No es un dogma, es una costumbre de vida que creció en el seno de la Iglesia y que, naturalmente, lleva consigo el riesgo de que pueda desaparecer. Siendo tan atacada, puede haber caídas. Yo creo que lo que la gente de ahora tiene contra el celibato es que ven a muchos sacerdotes que, en efecto, en su interior no están muy de acuerdo, y entonces les parece una hipocresía que lo vivan mal o que se pasen la vida sufriendo y que ...

... les destroce la vida ...

Cuanta menos fe haya más caídas habrá. Y con eso se consigue que, además, el celibato pierda prestigio y no se le reconozca todo lo que tiene de positivo. Es muy importante saber y tener clara la idea de que los tiempos de crisis del celibato coinciden siempre con tiempos de crisis del matrimonio. Actualmente, no sólo se ven grietas en el celibato, el matrimonio, como fundamento de nuestra sociedad, cada vez es más frágil . En las legislaciones de los estados occidentales, se ofrecen con cierta frecuencia otras alternativas que se ponen al mismo nivel, para después poder disolverlas legalmente con más facilidad. Y una cosa más, el esfuerzo por vivir realmente bien el matrimonio, tampoco es pequeño. Es decir, que si se aboliera el celibato, pasaríamos, en la práctica, a la separación de matrimonios de sacerdotes, y tendríamos un nuevo problema añadido. La Iglesia evangélica sabe mucho de eso.

Nosotros lo que podemos comprobar con todo esto es que las altas formas de vida que se dan en la existencia humana conllevan también grandes riesgos.

La consecuencia que podemos sacar no es decir «así no podemos seguir» . No. Lo que hemos de hacer esforzarnos en aumentar nuestra fe. Y también tenemos que tener más cuidado a la hora de hacer la selección de los candidatos al sacerdocio. Porque sería lamentable que alguno fuera cargado con algún problema y, sin decírselo a nadie, pensara «preferiría no seguir adelante hacia el sacerdocio». 0 que pensara, por ejemplo, «me gustan demasiado las chicas, pero ya lo arreglaré». Ese no es buen comienzo. El candidato al sacerdocio tiene que contemplar la fe como la única fuerza en su vida; debe saber que sólo vivirá de la fe. Sólo así, el celibato podrá ser el testimonio que edifique a los hombres y además anime a los casados a vivir bien su matrimonio. Ambas instituciones van estrechamente entrelazadas. Cuando una fidelidad no es posible, la otra tampoco lo es; una lealtad fundamento la otra.

¿Es simple suposición eso que ha dicho de que la crisis del celibato coincide con la crisis del matrimonio?

Es algo evidente. Cuando el hombre tiene que tomar una decisión vital y definitiva sobre alguna cuestión intima, siempre se plantea las mismas preguntas: ,¿es bueno decidir ahora a los, digamos, veinticinco años, algo para toda la vida?» Y, sobre todo, «¿esto será conveniente para mí?», «¿podré hacer esto y realizarme, madurar, o será mejor esperar otras posibilidades?». Y yendo más al fondo aún, la cuestión se presenta así: «¿es propio del hombre decidir algo definitivo en el ámbito más íntimo de su existencia?», «¿podrá el hombre mantener una decisión definitiva toda la vida?». Yo daría estas dos respuestas con respecto al matrimonio: una, podrá si, de verdad, está fuertemente anclado en la fe; y dos, podrá si lucha por alcanzar la plenitud del amor y de la madurez humana. Y todo lo que el hombre realice fuera del matrimonio monógamo está por debajo de él.

Pero si las cifras de las rupturas del celibato sonexactas, se puede decir que, de facto, el celibato hace tiempo que ha fracasado. Por eso le repito la pregunta: ¿Es tal vez una deliberación actualizada cada día, en el sentido de ser una elección libre?

En cualquier caso ha de ser de libre elección. Más aún, antes de la ordenación hay que afirmar bajo juramento que se hace libremente y porque se quiere. A mí siempre me molesta mucho que se diga que nuestro celibato es obligatorio y que se nos ha impuesto. Se vive el celibato desde el principio, por una palabra dada. Pero, ya dije antes que habría que poner más atención durante la preparación al sacerdocio, para que esa palabra sea seriamente dada. Éste es el primer punto. Y el segundo es que, donde hay fe, y en la medida en que una iglesia viva de esa fe, es seguro que surgen esas decisiones.

Yo creo que, en el fondo, suprimiendo esa condición no mejoraría nada, lo único que se conseguiría es disimular un poco una auténtica crisis de fe. Para la Iglesia, indudablemente, que haya algunos, pocos o muchos, que viven una doble vida es una tragedia. Desgraciadamente, no es la primera vez que ocurre. En la baja Edad Media hubo una situación similar causada por la Reforma. Fue un proceso muy doloroso que ahora nos debería hacer reflexionar, pensando también en el sufrimiento de muchos hombres por este motivo. En cualquier caso -y ese ha sido el resultado obtenido en el último Sínodo de obispos- la mayoría de los pastores de la Iglesia están plenamente convencidos de que el verdadero problema es una crisis de fe, y no el de la llamada falta de adaptación. Así no se logran más ni mejores sacerdotes, sólo sirve para disimular una crisis de fe, y para sugerir, al mismo tiempo, soluciones demasiado superficiales.

Pero, una vez más, con respecto a mi anterior pregunta, ¿cree que llegará el día en el que los sacerdotes puedan elegir libremente su vida de célibe o no célibe?

Ya le había entendido. Pero quería dejar muy claro que, según lo que cada sacerdote decide libremente antes de su ordenación, eso que algunos llaman celibato forzoso no existe. Sólo se puede ser admitido al sacerdocio voluntariamente. Y aquí cabe preguntarse «¿y qué relación tienen el sacerdocio y el celibato?», «decidirse por el celibato, ¿no es rebajar el sacerdocio?» Creo que antes de seguir adelante con este tema deberíamos remitirnos nuevamente a la Iglesia ortodoxa y a la evangélica. La cristiandad evangélica tiene un concepto muy diferente del ministerio. Para ellos, es una función, una misión de servicio, que procede de la propia comunidad, pero, sin el sentido de sacramento, no es sacerdocio en sentido estricto. Y en la Iglesia ortodoxa tienen, por un lado, la forma de plenitud sacerdotal, que son los monjes sacerdotes y son los únicos que pueden ser obispos. Y Por otro lado, los«Leutpriester» (sacerdotes o clérigos públicos), que si quieren pueden casarse, pero deberá ser antes de su ordenación y no podrán ejercer la cura de almas, solamente ocuparse de los servicios del culto. Ésta es otra concepción diferente del sacerdocio. Pero nosotros pensamos que cualquiera que desee ser sacerdote tiene que serlo de la misma forma que lo es un obispo, sin que existan esas diferencias.

Son costumbres en la vida de la Iglesia que, aunque estén muy bien cimentadas y fundamentadas, no hay por qué contemplarlas como totalmente absolutas. La Iglesia se cuestionará con toda seguridad muchas cosas, una y otra vez, como acaba de suceder en los dos últimos sínodos. pero, partiendo siempre de la historia de la cristiandad de occidente, y por todo lo que subyace en el fondo de esta cuestión, creo que la Iglesia no debe pensar que si se decidiera a solucionar esa «desadaptación» saldría ganando; saldría perjudicada con toda seguridad.

Entonces, se podría decir que no cree que algún día en la Iglesia católica haya sacerdotes casados.

Al menos en un tiempo previsible. Y, para ser enteramente sincero, le diré que, actualmente, ya hay sacerdotes casados que proceden de la Iglesia anglicana o de otras comunidades cristianas; son conversos que se han acercado a nosotros. Es decir, que en casos excepcionales es posible, pero claro está, son eso, casos excepcionales. Y creo que lo seguirán siendo también en el futuro.

¿Y no sería mejor que la Iglesia suprimiera el celibato, para evitar que hubiera tan pocos sacerdotes?

No creo que ese argumento sea muy acertado. La cuestión del número de vocaciones al sacerdocio abarca muchos aspectos. Tiene bastante que ver, por ejemplo, con el número de hijos que hay actualmente. Si el promedio de natalidad ahora es de 1,5 hijos por matrimonio, lógicamente, la posibilidad de vocaciones sacerdotales que pueda haber es muy diferente a la que había en otros tiempos, cuando las familias acostumbraban a ser numerosas. Y, por otra parte, en las familias, ahora predominan otras expectativas. Tenemos la experiencia, por ejemplo, de que una de las dificultades más frecuentes e importantes que hay en la vocación sacerdotal son los propios padres. Ellos tienen otros planes distintos para sus hijos. Ese es el primer punto. Y un segundo punto es que el número de cristianos practicantes es mucho menor y, consecuentemente, el número de candidatos también se ha reducido notablemente. No obstante, en proporción al número de hijos y de cristianos que participan en la Iglesia, el número de vocaciones no se ha reducido tanto. Para ser exactos hay que tener en cuenta esa proporción. Por eso lo primero de todo sería preguntarse «¿hay creyentes?». Y, a continuación, «¿surgen de ahí vocaciones de sacerdotes?».

Gabriel Albiac y Benedicto XVI


Gabriel Albiac, un filósofo al que ni conocía, concede una entrevista por la que merece ser conocido. ¿Por qué? Porque a propósito de Benedicto XVI, da una talla de honestidad intelectual admirable. Aquí está la entrevista, sacada de Páginas Digital. Vale la pena:

sábado, 15 de mayo de 2010

Carta abierta de George Weigel a Hans Küng

he traducido esta carta de george weigel, donde da cuenta, aún someramente, de las barbaridades de Küng. Según he leído en otros blogs, Weigel (carta original aquí) se equivoca al decir que Ratzinger participó en el concilio. Dicen por ahí que era tan solo experto teólogo, una especie de consultante, según me pareció entender.

Estimado Sr. Kung,

Hace un decenio y medio, uno de sus colegas -uno de los más jóvenes teólogos progresistas del Vaticano II- me contaba cómo os había amablemente dedicado una advertencia al comienzo de la segunda sesión del concilio. Éste distinguido estudioso de la biblia y promotor de la reconciliación entre judíos y cristianos recordaba que, en aquellos difíciles días, acostumbraba usted conducir por los alrededores de Roma un Mercedes rojo candente descapotable, al que su amigo suponía ser un fruto del éxito que había tenido su libro "El concilio: reforma y reunión"
Tales alardes con el coche alarmaron a su colega, pareciéndole un imprudente e innecesario auto-bombo, teniendo en cuenta que algunas de sus más arrojadas opiniones, así como su talento para lo que después sería conocido como frasecitas oportunas, estaban ya haciendo levantar las cejas y las furias en la Curia romana. Por ello, así es como a mí me contaron la historia, su amigo un día le llamó aparte y le dijo a usted, utilizando un término francés que ambos entendisteis: "hans, te estás convirtiendo en demasiado evident"
Siendo el hombre que él sólo inventó un nuevo tipo de personalidad mediática mundial -el de teólogo disidente como estrella internacional- doy por supuesto que el aviso de su amigo no le alteró demasiado. En 1963 ya estaba usted decidido a crear un singular y personal camino, y ya conocía lo suficiente de los medios para saber que una prensa obsesionada con historias del tipo man-bites-dog (un hombre muerde a un perro) de un sacerdote-teólogo disidente le daría a usted un megáfono con el que expresar sus puntos de vista. Imagino que se encontraría decepcionado con el difunto Juan Pablo II quien, para desmantelar este escenario, anuló su mandato eclesiástico para enseñar como profesor de teología católica; como consecuencia, ásperamente denigró usted la supuesta inferioridad intelectual de Karol Wojtyla, en un volumen de sus memorias que, hasta hace poco, representaba el nivel más bajo de una polémica carrera en la que usted ha llegado a ser demasiado evident como persona poco capaz de conceder inteligencia, decencia o buena voluntad a sus adversarios.
Y digo hasta hace poco porque su carta abierta del 16 de abril a los obispos del mundo, que primero he leído en el Irish Times, crea un nuevo modelo para esta forma de odio particular conocida como el odium theologicum y por una condena malvada a un antiguo amigo que, tras su ascensión al papado, fue generoso con usted, al mismo tiempo que le animaba en algunos aspectos de su trabajo actual.
Antes de pasar al ataque contra la integridad del Papa Benedicto XVI permítame, sin embargo, observar que su artículo pone en penosa evidencia la falta de atención con la que ha seguido usted las cuestiones sobre las que se pronuncia con aire de infalible seguridad y que habría hecho enrojecer las mejillas de Pío IX.
Parece usted alegremente indiferente al caos doctrinal que afecta a una gran parte del protestantismo europeo y norteamericano, lo cual ha generado unas circunstancias en las que un serio diálogo ecuménico y teológico está gravemente amenazado.
Toma usted como cosa segura los ataques más rabiosos contra Pío XII, claramente ignorante de que recientes investigaciones han desplazado el acento hacia el coraje que Pío XII tuvo en la defensa de los judíos europeos (sin que eso afecte a lo que uno pueda pensar sobre su ejercicio de la prudencia)
Tergiversa usted los efectos del discurso del 2006 de Benedicto XVI en Ratisbona, que desestima como caricatura del Islam. De hecho, el Discurso de Ratisbona reenfocó el diálogo Católico-islámico en dos de los temás en los que esta conversación necesita urgentemente engranarse: libertad religiosa como fundamental derecho humano que puede ser conocido por la razón, y la separación de las autoridades política y religiosa en los estados del siglo XXI.
No parece usted comprender lo que realmente puede frenar el VIH/SIDA en África, y alude usted al manido mito de la superpoblación en un momento en que las tasas de fertilidad están cayendo por todo el globo y Europa está entrando en un invierno demográfico creado a propia conciencia.
Parece que usted olvida la prueba científica subyacente en la defensa de la Iglesia al estatus moral del embrión humano, al mismo tiempo que la acusa, falsamente, de oponerse a la investigación con las células madre.
¿Cómo puede usted desconocer estas cosas? Obviamente, usted es un hombre inteligente; en una ocasión hizo un innovador trabajo en teología ecuménica. ¿Qué le ha pasado?
Tal vez lo que ha pasado es que usted se ha perdido la discusión sobre el correcto sentido y hermenéutica del Concilio Vaticano II. Así se explica por qué continúa usted, sin descanso desde hace 50 años, su cruzada hacia un catolicismo liberal protestante, justamente en el momento en el que el proyecto liberal protestante está en pleno colapso por su incoherencia teológica inherente. Y es por eso por lo que se ha metido usted en una campaña viciosa de difamación contra un antiguo colega del Vaticano II, Joseph Ratzinger. Antes de entrar en este tema, permítame continuar, brevemente, con lo de la hermenéutica del concilio.
Bien que usted no sea el exponente teológicamente más logrado de lo que Benedicto XVI denominó la hermenéutica de ruptura en sus navidades del 2005 dirigiéndose a la Curia romana, es usted, sin lugar a dudas, el miembro internacionalmente más visible de un envejecido grupo que continua insistiendo en que el período 1962-1965 marca una etapa decisiva en la historia de la Iglesia Católica: el momento de un nuevo comienzo, en el que la Tradición sería destronada del lugar que había tomado como primera fuente de la reflexión teológica, para ser reemplazada por un Cristianismo que incesantemente deja al "mundo" preparar la agenda de la Iglesia (utilizando el moto que el concilio mundial de las Iglesias utilizó)
La lucha entre esta interpretación del concilio y la defendida por los padres conciliares como Ratzinger y Henri de Lubac dividieron el mundo teológico católico post-conciliar en dos facciones en discordia con dos revistas enfrentadas: Concilium¸ para usted y sus colegas progresistas, Communio para aquellos que usted continuaba a denominar como reaccionarios. Que el proyecto defendido por Concilium haya llegado a ser cada vez más improbable a lo largo del tiempo y que la joven generación de teólogos, especialmente en Norteamérica, gravitara hacia la órbita del Communio no ha debido de ser una experiencia agradable para usted.Y que el proyecto Communio haya orientado de forma decisiva los debates del Sínodo extraordinario de obispos de 1985, convocado por Juan Pablo II para celebrar los logros del Vaticano II y evaluar su completa puesta en obra en el vigésimo aniversario, debe de haber sido otro golpe.
Sin embargo, me aventuro a suponer que el hierro entró realmente en su alma cuando, el 22 de Diciembre del 2005, el recién elegido Papa Benedicto XVI –el hombre al que en una ocasión apoyó para conseguir la plaza de la facultad teológica de Tübingen- se dirigió a la Curia Romana y sugirió que la discusión se había terminado y que “la hermenéutica conciliar de la reforma”, que suponía la continuidad con la Gran Tradición de la Iglesia, había prevalecido sobre la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”.
Tal vez, mientras bebía usted una cerveza junto a Benedicto XVI en Castel Gandolfo en el verano del 2005, imaginó que, de alguna forma, Ratzinger había cambiado de opinión en una cuestión tan importante. Obviamente, no lo había hecho. Me deja perplejo que pudiera usted siquiera imaginar que él podía aceptar su punto de vista sobre lo que supondría “un renovamiento continuo de la Iglesia”. Pero su análisis de la situación católica contemporánea llega a ser poco más plausible cuando se lee, más adelante en su reciente artículo de opinión, que los últimos papas han sido autócratas en relación a los obispos; de nuevo, uno se pregunta si ha prestado usted suficiente atención. Pues parece de por sí evidente que Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI han sido dolorosamente reticentes –algunos dirían que desafortunadamente reticentes- para disciplinar a obispos que se han mostrado incompetentes y dañinos y que, debido a ello, han perdido su capacidad para enseñar y liderar: una situación que muchos de nosotros esperamos que cambie, y que cambie pronto, a la luz de las últimas polémicas.
De alguna manera, por supuesto, ninguna de sus quejas sobre la vida católica post-conciliar es nueva. Sin embargo, para alguien que en verdad se preocupa por el futuro de la Iglesia Católica como testigo de la verdad de Dios para la salvación del mundo, insistir en el discurso con el que nos urge parece ser cada vez más contradictorio: que un Catolicismo creíble habrá de surcar el mismo camino ya pisado en recientes décadas por distintas sectas protestas y que, conscientes o no de ello, han seguido una u otra versión de sus consejos para adoptar una hermenéutica de ruptura con la Gran Tradición Cristiana. De todas formas, esa es la idea fija que ha adoptado usted desde la época en la que uno de sus colegas se preocupaba de que se estuviera usted convirtiendo en demasiado evident; y como ese ser evident le ha mantenido, al menos en las páginas de opinión de los periódicos que comparten su lectura de la tradición Católica, supongo que es mucho suponer que vaya usted a cambiar, o siquiera modificar, sus puntos de vista, incluso si hasta las más nimias evidencias empíricas de las que se dispone sugieren que el camino que usted propone es el del olvido para las iglesias.
Lo que sí podría esperarse, sin embargo, es que usted se comportara con un mínimo de integridad y decencia elemental en las controversias en las que se mete. Entiendo tan bien como cualquiera el odium theologicum, pero, con total franqueza, debo decirle que en su último artículo ha cruzado usted una línea que no debía de haber cruzado al escribir lo siguiente:
No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005)
Esto, señor, no es verdad. Me niego a creer que usted sabía que esto era falso y que, aún así, lo escribió, porque eso supondría que se ha usted condenado conscientemente como un mentiroso. Pero al asumir que usted no sabía que esta frase estaba tejida de mentiras, aparece usted como un ignorante tan manifiesto sobre cómo son asignadas las competencias en los casos de abuso sexual en la Curia Romana, antes de que Ratzinger tomara el control del proceso y lo pusiera bajo la competencia del CDF en el 2001, que pierde usted toda posibilidad de ser tomado en serio sobre este o sobre cualquier otro asunto que concierna a la Curia romana y al gobierno central de la Iglesia Católica.
Tal vez usted no lo sepa, pero he sido un vigoroso crítico, y espero que responsable, de la forma en que los casos de abuso sexual eran (mal)llevados por los obispos individuales y por las autoridades de la Curia antes de finales de los noventa, cuando el entonces Cardenal Ratzinger comenzó a luchar por un cambio mayor en el tratamiento de los casos (si está usted interesado, consulte mi libro del 2002, El coraje de ser católico. Crisis, reforma y futuro de la Iglesia)
Por ello, hablo con cierto conocimiento de causa, desde el que me apoyo cuando digo que la descripción que hace usted sobre el papel de Ratzinger, tal y como está más arriba citado, no solo es ridícula para cualquiera familiarizado con esta historia, sino que está desmentido por la experiencia de los obispos americanos que, sistemáticamente, han encontrado en Ratzinger a alguien cuidadoso, dispuesto a ayudar y profundamente preocupado por la corrupción del sacerdocio debida a una pequeña minoría de abusadores, al mismo tiempo que afligido por la incompetencia o mala conducta de obispos que tomaron las promesas de la psicoterapia mucho más en serio de lo que ésta merecía, o carecieron del coraje moral necesario para enfrentarse a lo que tenía que ser enfrentado.
Reconozco que los autores no escriben los epígrafes, en ocasiones horrorosos, que son colocados en la sección de opinión. Aún así, firmó usted una pieza tan ácida –de por sí indigna de un antiguo sacerdote, de un intelectual o de un caballero- que permitió a los editores del Irish Times resumir así su artículo: el Papa Benedicto ha empeorado la situación en todo lo que no marcha en la Iglesia Católica, y él es directamente responsable de haber organizado a nivel mundial el ocultamiento de las violaciones a menores cometidas por los sacerdotes, según esta carta abierta a todos los obispos Católicos”. Esta grotesca falsificación de la verdad tal vez pueda demostrar hasta dónde puede el odium theologicum conducir a una persona. Pero eso no la hace menos vergonzosa.
Permítame sugerirle que le debe usted una disculpa al Papa Benedicto XVI por lo que –hablando objetivamente- es una calumnia que ruego haya sido cometida en parte por ignorancia (si no por la ignorancia culpable). Le aseguro que estoy a favor de una profunda reforma de la Curia Romana y del episcopado, y de tales proyectos doy cuenta con más detalle en God’s Choice: Pope Benedict XVI and the Future of the Catholic Church, libro del que me placería enviarle una copia en alemán. Pero no puede haber una auténtica reforma en la Iglesia si no se pasa antes por el escarpado y estrecho valle de la verdad. La verdad ha sido masacrada en su artículo del Irish Times. Eso significa que ha hecho usted retroceder la causa de la reforma.
Con la garantía de mis oraciones,
George Weigel