sábado, 4 de noviembre de 2006

Karim

Fui... hay una luna enorme sobre París, esta noche. El cielo está despejado, las calles iluminadas. Me daban ganas de parar a la gente y decir "ey, ¿has visto esa luna?". Una tontería, porque la luna sólo la puede ver uno para sí, es difícil de compartir.



Tenía taller literario. Pero de allí me he ido pronto porque no sabía si había quedado o no con Noy en el metro Anvers, cerca del Sacre Coeur; no nos habíamos definido muy bien y yo no llevaba el móvil encima -intencionadamente.

Me quería tomar por allí un café y comprar albahaca. El otro día tomé un café con Laura y su amiga Anelise por allí. Cruzé miradas con una camarera. Allí todo es muy bohemio y hoy tenía ganas de vender mi imagen.

Ahora me da vergüenza escribir, sabiendo que me pueden leer.

Recién he llegado a casa y, no sé por qué, no he encendido ninguna luz. Me había dejado el aparato de música encendido y brillaban los numeritos rojos. Así que lo he puesto a funcionar. Dentro estaban las suites para piano de Bach interpretadas por Glenn Gould.

Entonces estoy en casa y todo a oscuras y solo y enciendo una vela verde que se supone que huele bien. Pero a mí no me parece que desprenda olor, a no ser que la apague y humee. Entonces sí.

Noy no estaba así que me he paseado, pero enfrente del bar he decidido ahorrarme el café y comprar sólo la albahaca para la pasta al pesto. En una tienducha he preguntado por la albahaca, había frutas y verduras expuestas fuera:

- Est-ce que vous avez de basilic?


Me han tenido un buen rato esperando para decirme que no. Y un tipo flaco y nervioso llegó allí preguntando para cambiar sus monedas en un billete. Se lo he dado yo. "Estoy en la calle", me ha dicho después. "¿Me puedes ayudar?".

Le dije que no.

Luego lo he visto de nuevo por la calle, le propuse una hamburguesa al Mc Donalds. Me dijo que sí. Se llamaba Karim, de madre francesa y padre argelino. Parecía un yonki pero tal vez se moviera así por el frío, no por el mono. Tampoco le pregunté. Me preguntó por qué estaba yo en París y hacía cuánto.

En el MacDo pagué con todas las monedas que antes el propio Karim me había dado. Me sentía obligado a decirle algo. ¿Por qué? Decirle algo importante, un "algo" que le alimentara como la hamburguesa.

Nos dimos la mano y me preguntó de nuevo mi prenom. "Tomás", le dije. Y seguí: "Karim tu peux faire tout que tu veux dans la vie."

- Merci, Thomas -me ha dicho
- Dieu soit avec toi -me despedí
- Merci -me dijo, con su rostro más cercano.

Los seis euros de su menú son, imagino, los del café y el basilic. Ahora cenaré pasta con alguna salsa más normal, el otro día compré. Hace mucho frío en la calle. Cuando venía para acá, con la bici y mi rodilla lesionada, pensaba en dos frases para un libro: tener pena de alguien y de él tener vergüenza son una pareja tan cercana como la de echar de menos a uno y, con involuntaria indiferencia, olvidarle. Pero tal vez sea demasiado complicada. Sí...

Dios me bendijo con Karim. Voy a cenar.

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