jueves, 23 de noviembre de 2006

Jueves 23

Escribo con el viejo ordenador portátil que aún va conmigo de un lado a otro. El bueno tiene la pantalla rota, así que no puedo manejarlo. En él se ven como unas sombras pero nada más. Así que luego pasaré los archivos a un disquet y de ahí al blog (finalmente recopio el texto, el nuevo ordenador no admite disquets... )

Hoy estuve llorando en casa. ¡Vaya diario! No quería llorar, me pareció medio patético llorar solo. En realidad le lloraba al Señor.

Voy a cambiar la música. La cosa tiene su mérito porque he puesto a David Oistraich y el concierto para violín de Bhrams en el ordenador sin pantalla. Afortunadamente el reproductor no tiene activado el orden aleatorio quitarlo (sin ver, a oscuras) habría sido demasiado.

Estaba cansado. Todo lo que esperaba para hoy NO ha ocurrido.

Unos amigos en casa el otro día me dejaron la pantalla del ordenador así rota. Y ayer miércoles conseguí una pantalla que me dieron en el Cervantes, una de esas antiguas que traje a peso durante un par de horas de caminata. Y no funcionaba. Llegué a casa y no encendía. Era algo cómico, aunque yo estaba tan cansado que apenas me sostenía de pie. No he comido ni dormido mucho últimamente. ¡Cansado!

Para hoy había dormido solo unas horas, luego me he duchado, me he lavado el pelo tras una semana y me he quitado la barba tras dos. He tomado un café. Y esperaba. Ya no recuerdo muy bien, pero creo que al rato me he puesto a escribir para hacer algo. Han pasado un par de horas y se cumplía aquello que mi razón quería y mi pasión temía: no llamaba. Yo seguía trabajando, así estaba entretenido. Entonces el ordenador, éste mismo, me ha preguntado si quería guardar. Le dije que no para no perder el tiempo y se ha borrado todo lo que había hecho.

He comenzado a leer un libro que me recomendó ayer Charles; me lo había prestado hacía tiempo pero, como no me acordara de quién era el que me lo había dado, nunca me había atrevido a leerlo. Pero Charles pensaba que me gustaría y tenía razón. "Le K", del italiano Dino Buzzati.

La pantalla del ordenador dejó de funcionar en medio de un pequeño traslado; dejé el martes trabajando en casa a Ania y a Carol. Ella es polaca y con ambiciones de decoradora. Carol está enamorado de ella y se vino a comer. Ania está experimentando con mi casa, que luego yo quiero enseñar a mis padres y a los amigos para ver si se animan a encargarle proyectos a Ania.

Cambiaron de sitio el ordenador, descolocaron los cables y... dejó de funcionar la pantalla. Pero la casa está quedando preciosa, es un gran cambio. Creo que Carol -filósofo en todas sus acepciones- es un poco gafe para estas cosas.

Con Carol estuve hoy. Me había llamado esta mañana cuando yo estaba limándome los nervios en una cafetería de la Gare du Nord. Lo despaché rápido y luego en casa lo llamé. Notó que yo no andaba muy alegre y me propuso un pase por Ópera, de donde vengo ahora.

Después de llamarle tenía que cocinar algo pero no me sentía muy animado a nada y me puse a llorarle al Señor. Porque me cuesta fiarme de su plan; de hecho, cuando todas las vistas son negras, el Señor parece un invento de locos. ¿Pero ésto qué es? Uno parece al cabo de un camino en el que todo son fracasos. Todas las posibilidades que uno contempla -y parece imposible que haya nada más- parecen o negras o inciertas o estresantes. Por fortuna uno no ve todo en esta vida, pero cuesta dejar al propio destino tan alegremente en manos de otro.

El otro día en la excursión estaba perdidísimo. Era noche cerrada y no se veía nada. Le había pedido a mi Ángel Custodio que me echara un cable y, al final, viéndome tan perdido, me encaré contra él: ¿pero vas a hacer tu trabajo?. Menos mal que me tienes paciencia. A la mañana siguiente, a poco de ponerme a andar, descubrí que estaba justo donde quería estar, en el Monte de San Patricio. Y ya te dije que nunca más te pongo en duda.

En mis llantos tenía ganas de esas palmaditas en la espalda: ¡ale, chaval!. He escrito una carta a la Virgen, creo que fue esta mañana también, que voy transcribir aquí:

A la Santísima Virgen,


Y nos parece que nunca estuviste cansada. No es verdad. Te cansaste, te hartaste; no desesperaste pero lloraste, lloraste a Dios, a San José, llorabas ante San Juan. ¿De quién aprendió Jesús a llorar?


En Belén no encontrabas sitio y tu corazón lloraba y esperaba en Dios; no con una sonrisa fácil sino con la violencia de la vida en la tierra, oscura.



Las lágrimas del sufrimiento, de tu corazón de madre preocupada, dieron las luces de tu amor, de tu sentido. Llorando desconsolado alcanza uno el sentido de la alegría.

Acabarías, tantas veces, exhausta. Tu corazón valiente se refugiaba en Dios; tu corazón humano vivía entre y para los hombres.


Madre.


Me da bastante vergüenza escribir esto, pero no puedo presumir de lo que no tengo: estoy perdido. No hay moraleja. Dentro de un rato vendrá alfonso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario