miércoles, 26 de abril de 2006

El borracho del metro de Paris

Ayer cogí el metro, como siempre. Volvía de casa de Gino y ya era tarde. Había llovido y las calles estaban limpias y mojadas.
En el vagón había un tipo dando voces, algo bastante frecuente en París. Era un negro inmenso con la barba blanca y buenamente borracho.
La que más tuvo que aguantar fue una chica, de aspecto asiático, que se tragó todo el aliento con el que el otro le soplaba en los morros. Aquí es normal encontrarse con mucha gente así (me refiero al mendigo, aunque también hay muchos asiáticos, claro)
Había también en el vagón una viejecita de aspecto nervioso e indignado. El negro nos dedicó a todos miradas y voces con mayor o menor intensidad, pero le dio por seguir molestando a la chica asiática. Esta se vino al otro lado del vagón, donde yo y la viejecita estábamos. La viejecita se puso en medio del pasillo como para frenar al otro. Y la chinita se colocó en la puerta porque salía. El mendigo la siguió y le puso la mano encima. Aquello ya eran más que palabras e intervenimos, pero yo llegué primero.
Le pedí que se calmara y que se quedara conmigo. Así que salimos todos; los tres destacados éramos la asiática, casi corriendo como quien ha visto el diablo, y yo y el negro, mi brazo sobre sus hombros como si fuéramos amigos de toda la vida.
Es curioso que en todo el relato hago por referirme a él como el negro, y no el mendigo o el borracho. Pero es que era muy negro.

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