El hombre que alimentaba a su zapato
En un gastado Mac Donald de carretera, en las afueras del pueblo, todos los jóvenes se reúnen. Hay que haber abandonado la juventud para apreciar toda la fuerte y ridícula vanidad de los adolescentes. Todos los que por allí pasamos olvidamos rápido los tiempos dedicados a la reflexión sobre nuestros cuerpos, nuestros gestos y, en definitiva, sobre nuestra apariencia. La vida se vive entonces como una gran pieza de teatro en la que hay que batirse para conservar el estrellato o, al menos, para no caer en papeles de los que parece que no hay salida.
En este Mac Donalds anochecía en un marzo de tiempo variable, pues, según la hora, el día se tornaba ora en lluvioso, ora en soleado. Eran las siete de la tarde. El viajero fatigado por la jornada entró allí buscando comida rápida y familiar.
Aún no se había del todo saciado cuando los vio. Eran tres jóvenes sentados en una mesa; sobre ella reposaban desordenados los restos de su cena. En ese momento hablaban despreocupadamente. Nadie les prestaba especial atención, todos los otros jóvenes los conocían y, por ello, los ignoraban. Si acaso, era la mugre del viajero lo que más podía entre todo resaltar ... en aquel día de marzo cuando el sol ya se ponía.
El viajero no daba crédito a sus ojos. Uno de los jóvenes, de brillante negra piel y con dorados pendientes deslumbrando en sus orejas,habia, el tobillo de una descansaba sobre la rodilla de la otra. Con los restos de la cena, aquel joven nutría a la suela de su zapato con los restos de la comida: con patatas y ketchup; y con las migas y los trozos del blando pan de la hamburguesa.
No había engaño posible. Su mano agarraba los restos de la cena y se los alcanzaba a la suela de su zapato, quien a su vez los mordía fiera y estúpidamente. Los hacía desaparecer.
Nadie prestaba atención; menos que ninguno el portador del zapato. Imposible precisar si el joven era el amo o el esclavo, tan voraz, cruel e indiferente era la negra suela.
El viajero creyó estar soñando.
En un gastado Mac Donald de carretera, en las afueras del pueblo, todos los jóvenes se reúnen. Hay que haber abandonado la juventud para apreciar toda la fuerte y ridícula vanidad de los adolescentes. Todos los que por allí pasamos olvidamos rápido los tiempos dedicados a la reflexión sobre nuestros cuerpos, nuestros gestos y, en definitiva, sobre nuestra apariencia. La vida se vive entonces como una gran pieza de teatro en la que hay que batirse para conservar el estrellato o, al menos, para no caer en papeles de los que parece que no hay salida.
En este Mac Donalds anochecía en un marzo de tiempo variable, pues, según la hora, el día se tornaba ora en lluvioso, ora en soleado. Eran las siete de la tarde. El viajero fatigado por la jornada entró allí buscando comida rápida y familiar.
Aún no se había del todo saciado cuando los vio. Eran tres jóvenes sentados en una mesa; sobre ella reposaban desordenados los restos de su cena. En ese momento hablaban despreocupadamente. Nadie les prestaba especial atención, todos los otros jóvenes los conocían y, por ello, los ignoraban. Si acaso, era la mugre del viajero lo que más podía entre todo resaltar ... en aquel día de marzo cuando el sol ya se ponía.
El viajero no daba crédito a sus ojos. Uno de los jóvenes, de brillante negra piel y con dorados pendientes deslumbrando en sus orejas,habia, el tobillo de una descansaba sobre la rodilla de la otra. Con los restos de la cena, aquel joven nutría a la suela de su zapato con los restos de la comida: con patatas y ketchup; y con las migas y los trozos del blando pan de la hamburguesa.
No había engaño posible. Su mano agarraba los restos de la cena y se los alcanzaba a la suela de su zapato, quien a su vez los mordía fiera y estúpidamente. Los hacía desaparecer.
Nadie prestaba atención; menos que ninguno el portador del zapato. Imposible precisar si el joven era el amo o el esclavo, tan voraz, cruel e indiferente era la negra suela.
El viajero creyó estar soñando.
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