Dormir en París
No tenía ningún lugar donde dormir y por eso estuvo buscando por la ciudad, dando vueltas con la bici. Tal vez como una despedida, tal vez buscando una seguridad, acabó enfrente de Notre Damme.
La bici y él, reclinados en un banco de piedra blanca y fría. Entonces se acercó un mendigo con la barba blanca y grandes bolsas debajo de los ojos, zigzageando con los pies, gordo y borracho.
- ¿Tu es un turist?
Él negó con la cabeza
- ¿De Paris, tu travailles à Paris?
Negó otra vez
- ¿Tu es dans la rue?
En la calle, era eso. Se lo dijo al de las barbas.
- Pour cette nuit, oui.
El otro calló otro momento. Luego cambió de discurso. "Si estás en la calle, claro que no tendrás nada que darme". Ahora eran lo mismo, dos hombres frente a un problema común.
- ¿Tu sais où est-ce que tu vas dormir?
Dijo que no, otra vez, con la cabeza.
Aquel viejo borracho le dijo entonces de un lugar, justo allí debajo, en el garaje. Bastaba conque fuera con aire de propietario, que entrara en el garaje como si fuera lo más normal del mundo. Y luego podría dormir alli, por lo menos hasta las seis de la mañana. A las seis hacían la guardia.
El viajero le preguntó por las grandes estaciones de tren. ¿Es que estaban abiertas toda la noche?
- Oui, oui ... -reflexionó el otro- mais il y a de mauvaises personnes...
- Des personnes qui volent?
- Oui, oui...
Luego el viejo borracho se despistó porque pasaba gente delante de ellos y, a cada uno que pasaba, le pedía dinero; con otros bromeaba, lanzaba piropos a las chicas con pareja. Dos japonesas llegaron corriendo a ver la Iglesia y él se puso a planear detrás de una de ellas, jugando.
El viajero se fue a su antiguo barrio. La puerta al patio estaba cerrada, era tarde y nadie abriría.
Dio otra vuelta con la bici y recordó la quai de la seine. Fue allí con la bici y encontró un puente oscuro, solitario, enfrente de una pequeña estatua de la libertad. No olía demasiado a meado y estaba al abrigo de las miradas.
Aparcó la bici y fue a dormir. Metió todas las posesiones dentro del saco y utilizó el calzado como una almohada.
Dormía en la calle porque habia acudido a un amigo. Pero este no quiso recibirle de buen grado, su cobijo costaba la humillación del inferior y el viajero no lo quiso. Mundo ingrato.
Y cuando despertó a la mañana siguiente, debajo del puente y bien reposado, descubrió que un alma había allí dejado diez euros, debajo de dos piedras, dinero para aquel que dormía todo metido en un saco de dormir, sin nada a la vista que le perteneciera más que el cuerpo y el saco. Y nadie.
¿Quién? ¿Cómo llegó allí el extraño? El viajero rezó por aquella persona, agradecido, y con pequeñas piedras quiso escribirle un mensaje, allí donde había estado el billete:
"Merci"
No tenía ningún lugar donde dormir y por eso estuvo buscando por la ciudad, dando vueltas con la bici. Tal vez como una despedida, tal vez buscando una seguridad, acabó enfrente de Notre Damme.
La bici y él, reclinados en un banco de piedra blanca y fría. Entonces se acercó un mendigo con la barba blanca y grandes bolsas debajo de los ojos, zigzageando con los pies, gordo y borracho.
- ¿Tu es un turist?
Él negó con la cabeza
- ¿De Paris, tu travailles à Paris?
Negó otra vez
- ¿Tu es dans la rue?
En la calle, era eso. Se lo dijo al de las barbas.
- Pour cette nuit, oui.
El otro calló otro momento. Luego cambió de discurso. "Si estás en la calle, claro que no tendrás nada que darme". Ahora eran lo mismo, dos hombres frente a un problema común.
- ¿Tu sais où est-ce que tu vas dormir?
Dijo que no, otra vez, con la cabeza.
Aquel viejo borracho le dijo entonces de un lugar, justo allí debajo, en el garaje. Bastaba conque fuera con aire de propietario, que entrara en el garaje como si fuera lo más normal del mundo. Y luego podría dormir alli, por lo menos hasta las seis de la mañana. A las seis hacían la guardia.
El viajero le preguntó por las grandes estaciones de tren. ¿Es que estaban abiertas toda la noche?
- Oui, oui ... -reflexionó el otro- mais il y a de mauvaises personnes...
- Des personnes qui volent?
- Oui, oui...
Luego el viejo borracho se despistó porque pasaba gente delante de ellos y, a cada uno que pasaba, le pedía dinero; con otros bromeaba, lanzaba piropos a las chicas con pareja. Dos japonesas llegaron corriendo a ver la Iglesia y él se puso a planear detrás de una de ellas, jugando.
El viajero se fue a su antiguo barrio. La puerta al patio estaba cerrada, era tarde y nadie abriría.
Dio otra vuelta con la bici y recordó la quai de la seine. Fue allí con la bici y encontró un puente oscuro, solitario, enfrente de una pequeña estatua de la libertad. No olía demasiado a meado y estaba al abrigo de las miradas.
Aparcó la bici y fue a dormir. Metió todas las posesiones dentro del saco y utilizó el calzado como una almohada.
Dormía en la calle porque habia acudido a un amigo. Pero este no quiso recibirle de buen grado, su cobijo costaba la humillación del inferior y el viajero no lo quiso. Mundo ingrato.
Y cuando despertó a la mañana siguiente, debajo del puente y bien reposado, descubrió que un alma había allí dejado diez euros, debajo de dos piedras, dinero para aquel que dormía todo metido en un saco de dormir, sin nada a la vista que le perteneciera más que el cuerpo y el saco. Y nadie.
¿Quién? ¿Cómo llegó allí el extraño? El viajero rezó por aquella persona, agradecido, y con pequeñas piedras quiso escribirle un mensaje, allí donde había estado el billete:
"Merci"
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