sábado, 28 de octubre de 2006

Antes del desayuno

Panci me dijo ayer que había leído el blog. No debiera sorprenderme, y de alguna forma me halaga, pero es más fácil escribir pensando que nadie va a interesarse. El interés de los demás perturba, es lo malo de la televisión.

Voy a tomar un café, iré a correr un rato, trabajaré otro poco sur l'internet, veré a una Cristelle que hoy conoceré para intercambiar conversaciones en la puerta del restaurante Jules Vernes desous la tour eiffel, Veré a otra Cristelle más tarde porque me ha invitado a un cumpleaños.

Ayer estuve por la mañana entrevistando a Raquel, luego corriendo con Carola y Didier invitado a una feria aeronáutica; así que llegué dos horas tarde a la cita con Carol, un filósofo a quien conocí en St Severin el otro día. Y de allí hasta las 11 de la noche; entonces me volví caminando a casa para ahorrarme el maldito billete de metro.

Y en casa había dejado con las prisas el computer encendido. Panci estaba allí y chateamos un rato, un agradable descanso.

Pero tenía una reflexión en la cabeza sobre la castidad. No creo que ningún brillante pensamiento, no creo que ninguna filosofía o magnífica doctrina, logre eliminar un hecho: la sexualidad es un hacerse carne del amor entre los hombres, y el amor -sea lo que sea- tiene hambre de eternidad. Éso es el matrimonio, es la respuesta a los horizontes del amor. Lo demás se llama de mil formas diferentes pero, al final, se puede encontrar la desesperanza del águila que no puede escapar de la jaula, por muy grande que sea. Aunque ésta tenga mil kilómetros.

Y todas las jaulas se abren desde afuera. Si a mí no me llegan a abrir la puerta, nunca hubiera sabido lo que me perdía.





Escribo para la galería, seguro. Me acaba de escribir Sonia, ¡a ver si nos vemos! Y nunca llega ése momento. Tengo un hambre de muerte.


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