Desde el silencio de una cabaña se podrían llegar a muchas conclusiones.
Pero situémosla: Que sea una cabaña bien alejada de gentes y de ruidos. Que tenga poco mobiliario. Tal vez un ventanuco, un poco de luz, que no haga frío. Tampoco calurosa, solo agradable.
Y un cojín en el suelo. Fuera se podría oír silbar el viento. Silba con algo de lejanía. Melancólico, dulce. El día declina. Nuestra barriga habrá de estar algo insatisfecha. Pero será un hambre controlada, meditada, porque sabremos que no puede ser calmada, que no hay comida al alcance.
Así que, en este cuadro bucólico, tengamos los ojos ora medio cerrados, ora bien abiertos para ver la cabaña o la esquina negruzca que suponemos que algún día fue o será la casita del ratón. Y pensaremos en lo siguiente:
- Que la Tierra está perdida en un pequeño Sistema Solar. Claro que para nosotros el Sol es enorme, pero en el fondo éste no es más que una estrellita. Y la Tierra se mueve y con ello se muere, gira alrededor de sí misma y del sol. Comenzó la danza y un día la acabará. A veces tropieza o cambia el paso: su eje hace cosas raras y los climas de la Tierra se resienten. Pero tranquilos. Quietos en la cabaña. Abramos un poco los ojos. Allí estamos, nuestra tranquila vida humana imagina, sueña, se nutre de lo posible y de lo imposible.
- Que nuestros enamoramientos y apasionamientos de niñez, adolescencia y madurez no pasaron de ser movimientos tormentosos con algo de febril e irreal, lejos de la calma de la existencia. Lejos de la cabaña.
- Que nada hay tan dramático en la vida. A ella entramos sin memoria del útero y sin planes para lo que se nos viene encima; y de ella saldremos de otra forma y en un ataúd. Lo dice Jean Vanier: indefensos para comenzar la vida, indefensos para salir de ella. Pequeños, perdidos en la inmensidad de Sus manos.
- Tanto deseo de saber, de estudiar, de colmar la ignorancia, de dejar algo para la posteridad... no, no vale la pena, nada hay de bello en el estudio, nada de mediocre en la ignorancia, nada de magnífico en el descubrimiento. De verdad, nada de magnífico en el descubrimiento. Movimiento tormentoso con algo de febril e irreal, lejos de la cabaña.
- Y no hay mejor templo que el de la soledad y el silencio. Allí sí que puede uno escuchar y escuchar su propia condición. En ella no hay adjetivos grandes ni pequeños, tan solo existencia. Mmmm.
- Jesús nació en Belén. Y lo único que mostró fue el sagrado misterio de lo cotidiano, donde puede uno vivir en el amor. Y ese es el nombre del Padre: Amor.
- Así que todo está bien. La cabaña es pequeña, el ventanuco apenas deja ver un trocito de cielo, el suelo sucio y el cojín incómodo. Pero respiramos. Ahora con la imaginación, leyendo estas letras. Pero respiramos profundamente, nos palpamos un poco la existencia y podemos darnos por satisfechos porque la Vida es posible y porque ya estamos en ella.
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