martes, 17 de mayo de 2011

¿Qué diferencia hay entre quien vive la homosexualidad en clave cristiana y quien no?

Hoy leí en el breviario la siguiente oración final: "...para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo".
Tengo un muy buen amigo que es homosexual y vive como tal. Por su bondad y sus méritos, estrellas de nuestra amistad, quiero ofrecerle mi casa para que se venga de vacaciones. Quiero estar abierto a la posibilidad de que venga con su pareja. Pues lo cierto es que la orientación sexual de cada uno no parece tener un consecuente claro en el talante moral del individuo. Pero, si los homosexuales -practicantes- son tan buenos y tan malos como el resto de mortales, ¿a qué tanto impedimento para que practiquen o divulguen en menores adoptados su "opción"?
Yo a este amigo le confiaría mi hija sin dudarlo un segundo, pues es una persona magnífica y alguien en quien confío plenamente.
¿Cuál es entonces la diferencia? Yo nunca he practicado la homosexualidad, pero sí he dejado de vivir la pureza durante una época de mi vida. Realmente no cambia nada en tu actitud externa hacia los demás, pero sí con Dios. Bajo la ceguera del pecado sexual dejé de ver a Dios como una persona que me amaba entrañablemente y comencé a verlo como una Idea Necesaria para mi equilibrio vital y moral. Como síntoma externo, diré que perdí el sentido del pecado.
Perder el sentido del pecado y de la propia fragilidad significa cegarse para la Misericordia de Dios. Y el nombre de Dios es "Misericordia"; el que lo ha vivido, lo sabe.
Por supuesto, bajo el signo del pecado contra la castidad la Iglesia deja de ser un conjunto de hermanos que buscan a Dios, para convertirse en una siniestra organización arcaizante y demoledora de la libertad interior.
Gracias a Dios, El vino a buscarme. Me liberó del pecado porque tras la humillación de la confesión se alzó la luz: allí estaban las cadenas rotas que me tenían encadenado. No las había podido ver antes, pero las había sentido roñéndome la carne. No había podido darles nombre, pero ellas me habían embrujado para robarme mi nombre ante Dios. "...que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna". La felicidad eterna o comienza en esta vida o nunca llega. La felicidad eterna es conocerte; aquí te esperamos, aquí apenas te sentimos. Pero sin tu amor esta vida no valdría. Tú eres la felicidad eterna, Jesús.

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