Uros se casa en dos semanas. Un día llegó y me dio la noticia: «me voy a casar». Qué palabras más simples. Y el otro día en la fiesta de Abraham de Mojca -cumplía 50 años terrícolas- Hervé y yo planeamos. De alguna forma, nos parecía impropio que Uros no tuviera despedida de soltero.
Claro que yo tampoco la tuve, pero la verdad es que lo impropio en mi caso hubiera sido tenerla.
Este fin de semana era el único viable. La idea original era la de irse a una cabaña-refugio al pie de unas inmensas montañas, a hablar y a pasar la noche del sábado. Pero la verdad es que no me dio la vida para llamar y preguntar. Quedamos al final en que nos iríamos de paseo nocturno a la montaña, y mi querida Mateja propuso Sveta Gora, la Montaña Santa. Arriba hay una iglesia con una famosa y venerada imagen de la Virgen -en un costado del altar hay cientos de exvotos en forma de cuadros y plaquetas agradecidas. Los cuadros son burdos pero entrañablemente sinceros y elocuentes: un barco que se hunde y uno que se salva, el agradecido; un puente que se rompe y de nuevo un salvado, el agradecido... Parece un gran cómic en el que los hombres se debaten entre el sino fatal y la bondadosa intervención de la Virgen.
Para subir a la Iglesia que está en lo alto hay una estrecha carretera jalonada de grandes cruces.
A las 4.15 de la mañana salimos de Ljubljana Hervé, Slavko, Uros y yo. Paramos en una gasolinera a tomar un café de máquina. Luego continuamos hasta el pie de la gran colina -temo llamarla «montaña», aparcamos y la despedida comenzó, bien que de forma tímida y apacible. Hervé, que a la sazón será el testigo de Uros, rezó en voz alta, invocando la ayuda del Todopoderoso para nuestro amigo que daba un paso importante en su vida.
Luego subimos caminando y hablando tranquilamente, contentos de reunirnos y por tal motivo y deleitándonos en el Espíritu Santo. Esto de «deleitarse» parece una cursilada, pero no puedo explicar de otra forma que nos pasáramos toda la subida dando gracias a Dios por los bienes que nos ha dado, por la forma en que ha cuidado de nosotros. Hervé y yo contábamos cosas de nuestra vida matrimonial y la huella de Dios era patente en nuestras palabras, a la par que nuestras debilidades y pequeñas historietas.
A medio camino de la bajada nos paramos a beber unas magníficas cervezas. Estábamos arropados por la amistad que nos une, por Dios que se hace amigo de los amigos.
- Qué bien está esta despedida -le había dicho a Hervé al lado del cementerio
- Se trata bien de esto, ¿no te parece? -me respondió- un amigo va a entrar en un nuevo estado y los demás le animamos y le acompañamos en el paso que va a dar.
Se podría decir mejor pero no más claro.
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