CIUDAD DEL VATICANO, lunes 14 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a  continuación la transcripción del coloquio que el Papa Benedicto XVI mantuvo con  cinco sacerdotes de los cinco continentes, en representación de los miles de  presbíteros presentes el pasado jueves 10 de junio en la Vigilia de Clausura del  Año Sacerdotal, en la Plaza de San Pedro.
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 América:
 P. – Beatísimo Padre, soy don José Eduardo Oliveira y Silva y vengo desde  América, precisamente desde Brasil. La mayor parte de nosotros aquí presentes  estamos comprometidos en la pastoral directa, en la parroquia, y no solo con una  comunidad, sino que a veces somos párrocos de muchas parroquias, o de  comunidades particularmente extensas. Con toda la buena voluntad intentamos  hacer frente a las necesidades de una sociedad muy cambiada, ya no más  enteramente cristiana, pero nos damos cuenta de que nuestro “hacer” no basta. ¿A  dónde ir, Santidad? ¿En qué dirección?
 R. – Queridos amigos, ante todo quisiera expresar mi gran alegría porque aquí  están reunidos sacerdotes de todas partes del mundo, en la alegría de nuestra  vocación y en la disponibilidad de servir con todas nuestras fuerzas al Señor,  en este nuestro tiempo. Respecto a la pregunta: soy bien consciente de que hoy  es muy difícil ser párroco, también y sobre todo en los países de antigua  cristiandad; las parroquias son cada vez más extensas, unidades pastorales... es  imposible conocer a todos, es imposible hacer todos los trabajos que se esperan  de un párroco. Y así, realmente, nos preguntamos a dónde ir, como usted ha  dicho. Pero quisiera decir, ante todo: sé que hay muchos párrocos en el mundo  que dan realmente todas sus fuerzas por la evangelización, por la presencia del  Señor y de sus Sacramentos, y a estos párrocos fieles, que trabajan con todas  las fuerzas de su vida, de nuestro ser apasionados por Cristo, quisiera decir un  gran “gracias”, en este momento. 
 Dije que no es posible hacer todo lo que se desea, que se debería hacer,  porque nuestras fuerzas son limitadas y las situaciones son difíciles en una  sociedad cada vez más diversificada, más complicada. Yo creo que, sobre todo, es  importante que los fieles puedan ver que este sacerdote no hace solo un  “oficio”, horas de trabajo, y que después está libre y vive sólo para sí mismo,  sino que es un hombre apasionado por Cristo. Si los fieles ven que está lleno de  la alegría del Señor, comprenden también que no lo puede hacer todo, aceptan sus  límites, y ayudan al párroco. Este me parece el punto más importante: que se  pueda ver y sentir que el párroco realmente se siente un llamado por el Señor;  que está lleno de amor por el Señor y por los suyos. Si esto existe, se entiende  y se puede también ver la imposibilidad de hacer todo. 
 Por tanto, estar llenos de la alegría del Evangelio con  todo nuestro ser es la primera condición. Después se deben tomar decisiones,  tener prioridades, ver lo que es posible y lo que es imposible. Diría que las  tres prioridades fundamentales las conocemos: son las tres columnas de nuestro  ser sacerdotes. Primero, la Eucaristía, los Sacramentos: hacer posible y  presente la Eucaristía, sobre todo dominical, en cuanto sea posible, para todos,  y celebrarla de forma que se convierta en realmente en visible el acto de amor  del Señor por nosotros. Después, el anuncio de la Palabra en todas las  dimensiones: desde el diálogo personal hasta la homilía. El tercer punto es la  "caritas", el amor de Cristo: estar presentes para los que sufren, para  los pequeños, para los niños, para las personas con dificultad, para los  marginados; hacer realmente presente el amor del Buen Pastor. Y después, una  prioridad muy importante es también la relación personal con Cristo. En el  Breviario, el 4 de noviembre, leemos un hermoso texto de san Carlos Borromeo,  gran pastor, que se dio verdaderamente a sí mismo, y que nos dice, a todos los  sacerdotes: “No descuides tu propia alma: si la propia alma está descuidada,  tampoco puedes dar a los demás lo que deberías dar. Por tanto, también debes  tener tiempo para ti mismo, ara tu alma", o, en otras palabras, la relación con  Cristo, el coloquio personal con Cristo es una prioridad pastoral fundamental,  ¡es condición para nuestro trabajo por los demás! Y la oración no es algo  marginal: es precisamente rezar la “profesión” del párroco, también en  representación d ella gente que no sabe rezar o no encuentra el tiempo de rezar.  La oración personal, sobre todo la liturgia de las Horas, es el alimento  fundamental para nuestra alma, para todas nuestras acciones. Y, finalmente,  reconocer nuestros límites, abrirnos también a esta humildad. Recordemos una  escena de Marcos, capítulo 6, donde los discípulos estaban “estresados”, querían  hacer todo, y el Señor dice: “Venid también vosotros aparte, a un lugar  solitario, para descansar un poco" (cfr Mc 6,31). También éste es trabajo  – diría – pastoral: encontrar y tener la humildad, el valor de descansar. Por  tanto, pienso que la pasión por el Señor, el amor por el Señor, nos muestra las  prioridades, las decisiones, nos ayuda a encontrar el amino. El Señor nos  ayudará. ¡Gracias a todos vosotros!
 África:
 P. – Santidad, soy Mathias Agnero y vengo desde África, precisamente desde  Costa de Marfil. Usted es un Papa-teólogo, mientras que nosotros, cuando  podemos, leemos apenas algún libro de teología para la formación. Nos parece,  con todo, que se ha creado una fractura entre teología y doctrina y, aún más,  entre teología y espiritualidad. Se siente la necesidad de que el estudio no sea  tan académico sino que alimente nuestra espiritualidad. Sentimos necesidad de  esto en nuestro propio ministerio pastoral. Quizás la teo-logía no parezca tener  a Dios en el centro y a Jesucristo como primer “lugar teológico”, sino que tenga  en cambio los gustos y las tendencias difuminadas; y la consecuencia es la  proliferación de opiniones subjetivas que permiten la introducción, también en  la Iglesia, de un pensamiento no católico. ¿Cómo no desorientarnos en nuestra  vida y en nuestro ministerio, cuando es el mundo el que juzga a la fe y no al  revés? ¡Nos sentimos “descentrados”!
 R. – Gracias. Usted toca un problema muy difícil y doloroso. Existe realmente  una teología que quiere sobre todo ser académica, parecer científica, y olvida  la realidad vital, la presencia de Dios, su presencia entre nosotros, su hablar  hoy, no sólo en el pasado. Ya san Buenaventura distinguió dos formas de  teología, en su tiempo; dijo: “hay una teología que viene de la arrogancia de la  razón, que quiere dominar todo, hace pasar a Dios de sujeto a objeto que  estudiamos, mientras debería ser sujeto que nos habla y nos guía”. Existe  realmente este abuso de la teología, que es arrogancia de la razón y no nutre la  fe, sino que oscurece la presencia de Dios en el mundo. Después hay una teología  que quiere conocer más por amor al amado, está estimulada por el amor y guiada  por el amor, quiere conocer más al amado. Y esta es la verdadera teología, que  viene del amor de Dios, de Cristo, y quiere entrar más profundamente en comunión  con Cristo.
 En realidad, las tentaciones hoy son grandes; sobre todo se impone la llamada  “visión moderna del mundo” (Bultmann, modernes Weltbild), que se  convierte en el criterio de cuanto sería posible o imposible. Y así,  precisamente con este criterio de que todo es como siempre, que todos los  acontecimientos históricos son del mismo tipo, se excluye precisamente la  novedad del Evangelio, se excluye la irrupción de Dios, la verdadera novedad que  es la alegría de nuestra fe. ¿Qué hacer? Yo diría ante todo a los teólogos:  tened valor. Y quisiera decir un gran “gracias” también a muchos teólogos que  hacen un buen trabajo. Hay abusos, lo sabemos, pero en todas partes del mundo  hay muchos teólogos que viven verdaderamente de la Palabra de Dios, se nutren de  la meditación, viven la fe de la Iglesia y quieren ayudar para que la fe esté  presente hoy día. A estos teólogos quisiera decir un gran “gracias”. Y diría a  los teólogos en general: "¡no tengáis miedo de este fantasma de la  cientificidad!". Yo sigo la teología desde 46; comencé a estudiar teología en  enero de 1946, y he visto por tanto a tres generaciones de teólogos, y puedo  decir: las hipótesis que en aquel tiempo, y después en los años 60 y 80 eran las  más nuevas, absolutamente científicas, absolutamente casi dogmáticas, ¡con el  tiempo han envejecido y ya no valen! Muchas de ellas parecen casi ridículas. Por  tanto, tener el valor de resistir a la aparente cientificidad, de no someterse a  todas las hipótesis del momento, sino de pensar realmente a partir de la gran fe  de la Iglesia, que está presente en todos los tiempos y que nos abre el acceso a  la verdad. Sobre todo, también, ¡no pensar que la razón positivista, que excluye  lo trascendente – que no puede ser accesible – sea la razón verdadera! Esta  razón débil, que presenta sólo las cosas experimentables, es realmente una razón  insuficiente. Nosotros teólogos debemos usar la razón grande, que está abierta a  la grandeza de Dios. Debemos tener el valor de ir más allá del positivismo a la  cuestión de las raíces del ser. Esto me parece de gran importancia. 
 Por tanto, es necesario tener el valor de la razón amplia, grande, tener la  humildad de no someterse a todas las hipótesis del momento, vivir de la gran fe  de la Iglesia de todos los tiempos. No existe una mayoría contra la mayoría de  los Santos: ¡la verdadera mayoría con los Santos de la Iglesia, y a los Santos  debemos orientarnos! Después, a los seminaristas y sacerdotes digo lo mismo:  pensad que la Sagrada Escritura no es un libro aislado: está vivo en la  comunidad viva de la Iglesia, que es el mismo sujeto en todos los siglos y que  garantiza la presencia de la Palabra de Dios. El Señor nos ha dado a la Iglesia  como sujeto vivo, con la estructura de los obispos en comunión con el Papa, y  esta gran realidad de los obispos del mundo en comunión con el Papa nos  garantiza el testimonio de la verdad permanente. Tengamos confianza en este  Magisterio permanente de la comunión de los obispos con el Papa, que nos  representa la presencia de la Palabra. Y tengamos también confianza en la vida  de la Iglesia y, sobre todo, debemos ser críticos. 
 Ciertamente la formación teológica – esto quisiera decir a los seminaristas –  es muy importante. En nuestro tiempo debemos conocer bien la Sagrada Escritura,  también precisamente contra los ataques de las sectas; debemos ser realmente  amigos de la Palabra. Debemos conocer también las corrientes de nuestro tiempo  para poder responder razonablemente, para poder dar – como dice san Pedro -  “razón de nuestra fe”. La formación es muy importante. Pero debemos ser también  críticos: el criterio de la fe es el criterio con el que ver también a los  teólogos y las teologías. El Papa Juan Pablo II nos dio un criterio  absolutamente seguro en el Catecismo de la Iglesia Católica: aquí vemos  la síntesis de nuestra fe, y este Catecismo es verdaderamente el criterio para  ver donde va una teología aceptable o no aceptable. Por tanto, recomendamos la  lectura, el estudio de este texto, y así podremos seguir adelante con una  teología crítica en el sentido positivo, es decir, crítica contra las tendencias  de la moda y abiertas a las verdaderas novedades, a la profundidad inagotable de  la Palabra de Dios, que se revela nueva en todos los tiempos, también en nuestro  tiempo.
 
 Europa:
 P. – Padre Santo, soy don Karol Miklosko y vengo desde Europa,  precisamente desde Eslovaquia, y soy misionero en Rusia. Cuando celebro la Santa  Misa me encuentro a mi mismo y comprendo que allí encuentro mi identidad y la  raíz y energía de mi ministerio. El sacrificio de la Cruz me revela al Buen  Pastor, que lo da todo por el rebaño, por cada oveja, y cuando digo: “Éste es mi  cuerpo … esta es mi sangre" dada y derramada en sacrificio por vosotros,  entonces comprendo la belleza del celibato y de la obediencia, que prometí  libremente en el momento de la ordenación. Aún con las naturales dificultades,  el celibato me parece obvio, mirando a Cristo, pero me siento trastornado al  leer tantas críticas mundanas a este don. Le pido humildemente, Padre Santo, que  nos ilumine sobre la profundidad y sobre el sentido auténtico del celibato  eclesiástico.
 R. – Gracias por las dos partes de su pregunta. La primera, en la que muestra  el fundamento permanente y vital de nuestro celibato; la segunda que muestra  todas las dificultades en las que nos encontramos en nuestro tiempo. Es  importante la primera parte, es decir: el centro de nuestra vida debe ser  realmente la celebración cotidiana de la Santa Eucaristía; y aquí son centrales  las palabras de la consagración: “Esto es mi cuerpo, esta es mi Sangre”; es  decir, hablamos in persona Christi. Cristo nos permite usar su “yo”,  hablamos en el “yo” de Cristo, Cristo nos “atrae hacia sí” y nos permite  unirnos, nos une con su “yo”. Y así, a través de esta acción, este hecho de que  Él nos “atrae” a sí mismo, de forma que nuestro “yo” queda unido al suyo,  realiza la permanencia, la unicidad de su Sacerdocio; así Él es realmente  siempre el único Sacerdote, y aún muy presente en el mundo, porque nos “atrae”  en sí mismo y así hace presente su misión sacerdotal. Esto quiere decir que  somos atraídos al Dios de Cristo: es esta unión con su “yo” que se realiza en  las palabras de la consagración. También en el “yo te absuelvo” – porque ninguno  de nosotros podría absolver de los pecados – es el “yo” de Cristo, de Dio, el  único que puede absolver.
 Esta unificación de su “yo” con el nuestro implica que somos “atraídos”  también a su realidad de Resucitado, que seguimos adelante hacia la vida plena  de la resurrección, de la que Je´sus habla a los saduceos en Mateo, capítulo 22:  es una vida “nueva”, en la que ya estamos más allá del matrimonio (cfr Mt  22,23-32). Es importante que nos dejemos penetrar siempre de nuevo por esta  identificación del “yo” de Cristo con nosotros, de este ser “sacados” hacia el  mundo de la resurrección. En este sentido, el celibato es una anticipación.  Trascendamos este tiempo y sigamos adelante, y así nos “atraemos” a nosotros  mismos y a nuestro tiempo hacia el mundo de la resurrección, hacia la novedad de  Cristo, hacia la vida buena y verdadera.
 Por tanto, el celibato es una anticipación hecha posible por la gracia del  Señor, que nos “atrae” a si hacia el mundo de la resurrección; nos invita  siempre de nuevo a trascendernos a nosotros mismos, este presente, hacia el  verdadero presente del futuro, que se convierte en presente hoy. Y aquí estaos  en un punto muy importante. Un gran problema de la cristiandad en el mundo de  hoy es que no se piensa ya en el futuro de Dios: parece suficiente solo el  presente de este mundo. Queremos tener solo este mundo, vivir solo en este  mundo. Así cerramos las puertas a la verdadera grandeza de nuestra existencia.  El sentido del celibato como anticipación del futuro es precisamente abrir estas  puertas, hacer más grande el mundo, mostrar la realidad del futuro que es vivido  por nosotros ya como presente. Vivir, por tanto, así como en un testimonio de la  fe: creemos realmente que Dios existe, que Dios tiene que ver con mi vida, que  puedo fundar mi vida sobre Cristo, sobre la vida futura. 
 Y conozcamos ahora las críticas mundanas de las que usted ha hablado. Es  verdad que para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no tiene nada que  ver, el celibato es un gran escándalo, porque muestra precisamente que Dios es  considerado y vivido como realidad. Con la vida escatológica del celibato, el  mundo futuro de Dios entra en las realidades de nuestro tiempo. ¡Y esto debería  desaparecer! En un cierto sentido, puede sorprender esta crítica permanente  contra el celibato, en un tiempo en el que está cada vez más de moda no casarse.  Pero este no casarse es algo totalmente, fundamentalmente distinto del celibato,  porque el no casarse se basa en la voluntad de vivir solo para sí mismos, de no  aceptar ningún vínculo definitivo, de tener la vida en todo momento en una  autonomía plena, decidir en cada momento qué hacer, qué tomar de la vida; es por  tanto un "no" al vínculo, un "no" a la definitividad, un tener la vida solo para  sí mismo. Mientras que el celibato es precisamente lo contrario: es un "sí"  definitivo, es un dejarse tomar de la mano por Dios, entregarse en las manos del  Señor, en su “yo”, y es por tanto un acto de fidelidad y de confianza, un acto  que supone también la fidelidad del matrimonio; es precisamente lo contrario de  este "no", de esta autonomía que no quiere obligarse, que no quiere entrar en un  vínculo; es precisamente el "sí" definitivo que supone, confirma el "sé"  definitivo del matrimonio. Y este matrimonio es la forma bíblica, la forma  natural del ser hombre y mujer, fundamento de la gran cultura cristiana, de las  grandes culturas del mundo. Y si desaparece esto, se destruirá también la raíz  de nuestra cultura. Por ello el celibato confirma el "sí" del matrimonio con su  "sí" al mundo futuro, y así queremos seguir y hacer presente este escándalo de  una fe que pone toda su existencia en Dios. Sabemos que junto a este gran  escándalo, que el mundo no quiere ver, están también los escándalos secundarios  de nuestras insuficiencias, de nuestros pecados, que oscurecen el verdadero y  gran escándalo, y hacen pensar: “¡Pero no viven realmente fundados en Dios!”.  ¡Pero hay mucha fidelidad! El celibato, precisamente las críticas lo muestran,  es un gran signo de la fe, de la presencia de Dios en el mundo. Oremos al Señor  para que nos ayude a hacernos libres de los escándalos secundarios, para que se  haga presente el gran escándalo de nuestra fe: ¡la confianza, la fuerza de  nuestra vida, que se funda en Dios y en Jesucristo!
 
 Asia
 P. – Santo Padre, soy don Atsushi Yamashita y vengo desde Asia,  precisamente desde Japón. El modelo de sacerdote que Su Santidad nos ha  propuesto este Año, el Cura de Ars, ve en el centro de la existencia y del  ministerio la Eucaristía, la Penitencia sacramental y personal y el amor al  culto, dignamente celebrado. He visto los signos de la austera pobreza de san  Juan María Vianney y también de su pasión por las cosas preciosas para el culto.  ¿Cómo vivir estas dimensiones fundamentales de nuestra existencia sacerdotal,  sin caer en el clericalismo o en una alienación de la realidad, que el mundo de  hoy no permite?
 R. – Gracias. Por tanto, la pregunta es cómo vivir la centralidad de la  Eucaristía sin perderse en una vida puramente cultual, ajenos a la vida de cada  día de las demás personas. Sabemos que el clericalismo es una tentación de los  sacerdotes en todos los siglos, también hoy; tanto más importante es encontrar  la forma verdadera de vivir la Eucaristía, que no es cerrarse al mundo, sino  precisamente la apertura a las necesidades del mundo. Debemos tener presente que  en la Eucaristía se realiza este gran drama de Dios que sale de sí mismo, deja –  como dice la Carta a los Filipenses – su propia gloria, sale y desciende hasta  ser uno de nosotros, y desciende hasta la muerte en la Cruz (cfr Fil 2).  La aventura del amor de Dios, que deja, se abandona a sí mismo para estar con  nosotros – esto se hace presente en la Eucaristía; el gran acto, la gran  aventura del amor de Dios y la humildad de Dios que se dona a nosotros. En este  sentido la Eucaristía debe considerarse como el entrar en este camino de Dios.  San Agustín dice, en el De Civitate Dei, libro X: "Hoc est sacrificium  Christianorum: multi unum corpus in Christo", es decir: el sacrificio de los  cristianos es el estar unidos por el amor de Cristo en la unidad del único  cuerpo de Cristo. 
 El sacrificio consiste precisamente en salir de nosotros, en dejarnos atraer  a la comunión del único pan, del único Cuerpo, y así entrar en la gran aventura  del amor de Dios. Así debemos intentar celebrar, vivir, meditar siempre la  Eucaristía, como esta escuela de liberación de mi “yo”: entrar en el único pan,  que es pan de todos, que nos une en el único Cuerpo de Cristo. Y por tanto, la  Eucaristía es, de por sí, un acto de amor, nos obliga a esta realidad del amor  por los demás: que el sacrificio de Cristo es la comunión de todos en su Cuerpo.  Y por tanto, de esta forma, debemos aprender la Eucaristía, que es además lo  contrario del clericalismo, de cerrarse en sí mismos. Pensemos también en la  Madre Teresa, verdaderamente el ejemplo más grande de este siglo, en este  tiempo, de un amor que se deja a sí mismo, que deja todo tipo de clericalismo,  de alejamiento del mundo, que va a los más marginados, a los más pobres, a las  personas a punto de morir, y que se da totalmente al amor por los pobres, por  los marginados. Pero Madre Teresa que nos dio este ejemplo, la comunidad que  sigue sus huellas suponía siempre como primera condición de una fundación suya  la presencia de un tabernáculo. Sin la presencia del amor de Dios que se da no  sería posible realizar ese apostolado, no habría sido posible vivir en ese  abandono de sí mismos; sólo insertándose en este abandono de sí en Dios, en esta  aventura de Dios, en esta humildad de Dios, podían y pueden llevar a cabo este  gran acto de amor, esta apertura a todos. En este sentido, diría: vivir la  Eucaristía en su sentido original, en su verdadera profundidad, es una escuela  de vida, es la protección más segura contra toda forma de clericalismo.
 Oceanía
 P. – Beatísimo Padre, soy don Anthony Denton y vengo desde Oceanía, desde  Australia. Esta noche aquí estamos muchísimos sacerdotes. Sin embargo, sabemos  que nuestros seminarios no están llenos y que, en el futuro, en varios lugares  del mundo nos espera una bajada, incluso brusca. ¿Qué hacer de verdaderamente  eficaz por las vocaciones? ¿Cómo proponer nuestra vida, en lo que hay en ella de  grande y de bello, a un joven de nuestro tiempo?
 R. – Gracias. Realmente usted toca de nuevo un problema grande y doloroso de  nuestro tiempo: la falta de vocaciones, a causa de la cual Iglesias locales  están en peligro de volverse áridas, porque falta la Palabra de vida, falta la  presencia del sacramento de la Eucaristía y de los demás Sacramentos. ¿Qué  hacer? La tentación es grande: de tomar nosotros mismos en mano la cuestión, de  transformar el sacerdocio – el sacramento de Cristo, el ser elegidos por Él – en  una profesión normal, en un empleo que tiene sus horas, y que por lo demás uno  se pertenece solo a sí mismo; y hacerlo así como cualquier otra vocación:  hacerlo accesible y fácil. Pero es una tentación, esta, que no resuelve el  problema. Me hace pensar en la historia de Saúl, el rey de Israel, que antes de  la batalla contra los filisteos espera a Samuel para el necesario sacrificio a  Dios. Y cuando Samuel, en el momento esperado, no viene, él mismo realiza el  sacrificio, aun no siendo sacerdote (cfr 1Sam 13); piensa resolver así el  problema, que naturalmente no se resuelve, porque toma en mano por sí mismo lo  que no puede hacer, se hace él mismo Dios, o casi, y no puede esperarse que las  cosas vayan realmente a la manera de Dios. Así, también nosotros, si  ejerciésemos solo una profesión como las demás, renunciando a la sacralidad, a  la novedad, a la diversidad del sacramento que solo Dios da, que puede venir  solo de su vocación y no de nuestro “hacer” no resolveremos nada. Tanto más  debemos – como nos invita el Señor – rezar a Dios, llamar a la puerta, al  corazón de Dios, para que nos de vocaciones; rezar con gran insistencia, con  gran determinación, con gran convicción también, para que Dios no se cierre ante  una oración insistente, permanente, confiada, aunque deje hacer, esperar, como a  Saúl, más allá de los tiempos que nosotros hemos previsto. Este me parece el  primer punto: animar a los fieles a tener esta humildad, esta confianza, este  valor de rezar con insistencia por las vocaciones, de llamar al corazón de Dios  para que nos de sacerdotes.
 Además de esto diría quizás tres puntos. El primero: cada uno de nosotros  debería hacer lo posible para vivir su propio sacerdocio de tal manera que  resultase convincente, de tal manera que los jóvenes puedan decir: esta es una  verdadera vocación, así se puede vivir, así se hace algo esencial para el mundo.  Creo que ninguno de nosotros habría llegado a ser sacerdote si no hubiese  conocido sacerdotes convincentes en los que ardía el fuego del amor de Cristo.  Por tanto, este es el primer punto: intentemos ser nosotros mismos sacerdotes  convincentes. El segundo punto es que debemos invitar, como ya he dicho, a la  iniciativa de la oración, a tener esta humildad, esta confianza de hablar con  Dios con fuerza, con decisión. El tercer punto: tener el valor de hablar con los  jóvenes si pueden pensar que Dios les llama, porque a menudo una palabra humana  es necesaria para abrir la escucha de la vocación divina; hablar con los jóvenes  y sobre todo ayudarles a encontrar un contexto vital en el que puedan vivir. El  mundo de hoy es tal que casi parece excluida la maduración d una vocación  sacerdotal; los jóvenes necesitan ambientes en los que se viva la fe, en los que  aparezca la belleza de la fe, en los que aparezca que éste es un modelo de vida,  “el” modelo de vida, y por tanto ayudarles a encontrar movimientos, o la  parroquia – la comunidad en parroquia – u otros contextos en los que realmente  estén rodeados por la fe, por el amor de Dios, y puedan estar abiertos para que  la vocación de Dios llegue y les ayude. Por lo demás, damos gracias a Dios por  todos los seminaristas de nuestro tiempo, por los jóvenes sacerdotes, y oramos.  ¡El Señor nos ayudará! ¡Gracias a todos vosotros!
 [Traducción del original italiano por Inma Álvarez
 ©Libreria Editrice Vaticana]