martes, 24 de julio de 2012

Reencuentro Máyex


Sin fotos que ayuden a rememorar el momento... tempus cordis, tiempo del corazón.
Tras veintidos años sin vernos, nos reunimos unos cuantos antiguos compañeros del colegio. El lugar, Tenerife; hasta el año 89 coincidimos, amistamos y nos odiamos tierna, infantilmente. El nombre del colegio, Máyex, en una pequeña calle del centro lagunero. Ojalá supiera qué palabras son las que definen todo el tiempo pasado, qué palabras las que transmiten todo el cambio que hemos sufrido cada uno de nosotros, todo lo poco que nos hemos movido, todo lo niños que seguimos siendo, lo niños que nunca fuimos.
Yo coincidí con Rosa Elena en la vecindad de un parque, a poco de que una vez más los míos nos mudáramos a otros país; "coincidencia". Y justo en aquel fin de semana Dévora o algún otro estaba organizando un reencuentro de compañeros del colegio. Yo, que era de los tardíos, solo coincidí con ellos desde los seis hasta los catorce años; muchos otros se habían manchado los babies juntos; eran pequeñas cabecitas con un futuro incierto, desbordando curiosidad e inocencia. Una especie de laboratorio de la vida. Una maraña confusa de conciencias y libertades.
"Agítese durante unos diez años antes de usar"
Llegó un día en el que, sin drama ni pomposidad, nos dijimos adiós. Los niños olvidan rápido y a los catorce uno ya sabe eso de la vida: que las cosas se olvidan pero que el río sigue fluyendo hacia un mar lejano.
Tras 22 años sin ver a ninguno de ellos, me quedo impresionado: Gustavo, Dévora, Rosa Elena... hasta los nombres que una vez fueran tan familiares llegan ahora como una antigua señal de socorro emitida desde la incertidumbre de la niñez. Con ellos estaba la seguridad de la rutina escolar, del conocimiento que teníamos unos de otros; "crueles", le dijimos a Francisco, quien nos acogió en su bar, como si estuviéramos definiendo así toda la complejidad y sencilla vida en la que nos veíamos envueltos, en la que aún hoy seguimos sumergidos. Para respirar hay que sacar la cabeza, vivir un poco menos.
Fluye el río y lo imposible se hace realidad: las piedras que bañó en la montaña se vuelven a encontrar aguas abajo. Se nos habrá caído el pelo, hijos y trabajos, responsabilidades, sueños y decepciones, alguno se verá de vuelta, alguno de ida.
¿Valió la pena? Bueno, hemos vivido, vivimos, y por eso podremos morir...
Tal vez, algún día.